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San Juan María Vianney

San Juan Bautista María Vianney San Juan Bautista María Vianney

Memoria de san Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (1859).

Fecha de canonización: 31 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI.

Breve Biografía

 

Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".

Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildisima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.

 

San Juan María Vianney

Modelo de Perseverancia

¿Alguna vez te has sentido desanimado por no lograr lo que quieres?... O ¿has pensado que lo que necesitas hacer es casi imposible?...

¿Qué sentirías después de reprobar dos veces el mismo examen?... o ¿hablarle de Dios a un amigo al que no le interesa saber nada de Él?

Esas cosas que nos parecen imposibles de hacer, nos retan a “perseverar” para lograrlas. Y eso es lo que hizo San Juan María Vianney, también conocido como el Cura de Ars. San Juan María tuvo que superar muchos obstáculos antes de ser ordenado sacerdote. También tuvo que orar muchísimo antes de ver que el pueblo de Ars regresara a Misa… y por si esto fuera poco, llegó a estar hasta 16 horas diarias sentado, ¡confesando a miles de peregrinos! Bueno, y ¿cómo fue que San Juan María pudo lograr estas cosas tan extraordinarias?

Déjame contarte su historia… Juan María Vianney nació en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786.

Su familia era campesina, así que Juan María creció trabajando en el campo y cuidando rebaños. Cuando él era niño, empezó la Revolución Francesa; y pocos años más tarde, los católicos practicantes eran perseguidos y amenazados con la pena de muerte. Muchos tenían que ir a Misa a escondidas y los sacerdotes tenían que disfrazarse para que no los reconocieran. Por esta razón, Juan María tuvo que hacer su Primera Comunión en su casa.

Su familia y amigos simularon que descargaban bultos de heno para alimentar al ganado, tapando las ventanas de la casa para que nadie se diera cuenta. ¡Qué valiente el sacerdote que arriesgó su vida para traerles a Jesús Eucaristía! ¡Qué impacto tan grande habrá tenido este testimonio en el pequeño Juan María!

Juan María se conmovió tanto ese día, que no pudo evitar llorar de la emoción, pues amaba mucho a nuestro Señor Jesús… Cuando cumplió los diecisiete años, su gran deseo era ser sacerdote… a su madre le llegó a decir: “Si soy sacerdote, podría ganar muchas almas para Dios”.

Pero aquí es donde empezaron sus problemas. A su papá no le gustó nada la idea de que fuera sacerdote, pues necesitaba su ayuda en el campo… Juan María tuvo que esperar pacientemente dos años antes de que su papá lo apoyara. Por fin, a los veinte años, Juan María empezó sus estudios para sacerdote en la escuela de la ciudad de Ecculy, a cargo del Padre Balley. Estando en la escuela, a Juan María se le hizo muy difícil estudiar. Sus maestros decían: “Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante ¡no se le queda nada!” ¡Pobre Juan María! ¡Qué desanimado se habrá sentido! “No logro guardar nada en esta mala cabeza”- él mismo decía.

Con mucha tristeza, decidió regresar a su casa… pero Dios tenía otro plan para él… el Padre Balley, vio su gran vocación y se ofreció a ayudarle. Juan María estudió con el Padre Balley por tres años para prepararse para el examen que tenía que presentar en el seminario….y cuando todo parecía que iba muy bien, le dieron la noticia de que ¡no había pasado el examen! ... En ese tiempo era requisito saber Latín para ser sacerdote y Juan María, desafortunadamente, no logró aprenderlo…

¿Qué harías tú si te pasara algo así?... ¿Lo intentarías de nuevo?... ¿Crees que Juan María se rindió?...

El Padre Balley se dio cuenta del gran amor a Dios y del gran deseo de ser sacerdote que Juan María tenía, que hizo todo lo posible para recomendarlo con el Sr. Obispo, el cual, finalmente dijo – ”…que sea ordenado sacerdote, pues aunque le falten conocimientos, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás”.

¡Por fin! Juan María fue ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1815. Había logrado su mayor anhelo: ¡ser un sacerdote de Dios! Este gran deseo y su gran amor a Jesús Eucaristía, le ayudó a perseverar y a salir adelante a pesar de sus dificultades para el estudio y los obstáculos que se le presentaban…y ¡quién iba a decir que él, sería más tarde, el sacerdote más conocido de su tiempo!!

Después de trabajar tres años con el Padre Balley como su asistente, lo mandaron al pueblo más pobre y aislado de Francia: Ars. El Padre Vianney tuvo que caminar 38 km desde Ecculy para llegar ahí…¡es como si tú caminaras 95 canchas de futbol, una tras otra!

En su viaje, como no sabía como llegar, le pidió a un pastorcito que se encontró por el camino que le indicara dónde estaba Ars. Después de mostrárselo, el Padre Vianney le dijo: "Tú me has enseñado el camino a Ars, y yo te enseñaré el camino al cielo"… ¡Qué hermosas palabras tan alentadoras!... Hoy, en Ars, hay una estatua que recuerda este momento tan especial.

Cuando llegó al pueblo de Ars, ¿qué crees que encontró?... Vio que a la mayoría de la gente le gustaba divertirse bailando y tomando y que no se acercaban a las cosas de Dios. A Misa sólo asistía un hombre y algunas mujeres. ¿Tu crees que un sacerdote con poca experiencia y con poca capacidad para el estudio pudiera ayudar a este pueblo tan indiferente a Dios?...

Pues el santo Cura de Ars no se dejó desanimar por eso; más bien, se decidió a entregar su vida, por completo, por la conversión de todos ellos. La forma en que lo hizo fue: mucha oración, mucho sacrificio, y sermones muy directos que ayudaran a evitar el pecado. El Padre Vianney pasaba horas en oración, pues decía: "Hemos de orar con frecuencia, pero debemos redoblar nuestras oraciones en las horas de prueba”… y sin duda, buscar la conversión del pueblo de Ars, ¡era una gran prueba para él! Pero el amor a Dios y a su pueblo era mayor; a Dios le decía: “¡Te amo, oh Dios mío! Mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida.”

También dedicaba muchas horas a la preparación de sus sermones y otras tantas frente al Santísimo para encomendarse al Señor. Y aún así, varias veces, al empezar a predicar en Misa… ¡se le olvidaba lo que había preparado!… Esto puede desanimar a muchos, pero no al Padre Vianney, no al santo Cura de Ars.

San Juan María, buscaba cualquier oportunidad para ofrecer sacrificios. Por ejemplo, dormía muy poco; a veces apenas dormía 3 horas al día… y muy seguido comía sólo patatas cocidas… Lo poco que él tenía, se lo daba a los pobres… su hermana Margarita, contó de él esta anécdota:

“Un día de invierno, el señor Balley, dijo a mi hermano: Vé a Lyon a visitar a esta señora. Es importante que te arregles bien y que te pongas los mejores pantalones. Al regresar, llevaba unos calzones destrozados. Entonces el señor Balley le preguntó qué había pasado, y contestó que había encontrado en su camino a un pobre medio muerto de frío, y movido por la compasión, le había cambiado los pantalones nuevos por sus calzones viejos y rotos"

¿Cuántos de nosotros seríamos capaces de hacer algo así? La gente empezó a ver todo lo que el Santo Cura de Ars hacía…y así, ¡empezó a hacerse popular! Tan buscado era, que hasta venían personas de otros lugares para escuchar sus sermones y confesarse con él. La gente empezó a decir que él era un santo; cosa que a él no le gustaba, porque se consideraba un pobre pecador. Cuando el Obispo se dio cuenta de esto, mandó a un mensajero para que escuchara sus sermones y le trajera un reporte de lo que estaba pasando. Al regreso, el Obispo le preguntó: -“¿Y bien, tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney?

– Sí, Monseñor, dijo el mensajero, tienen tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre hablan de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo”. – “Bueno, ¿y tienen también alguna cualidad? preguntó el señor obispo.

El mensajero contestó: -“Sí, tienen una cualidad: las personas se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes”.

Entonces el Obispo dijo: -“Pues si es así, por esta última cualidad, creo que se le puede perdonar al Cura de Ars los otros tres defectos”.

Con la visita de tantas personas, entre 300 y 400 por día, tenía que confesar durante largos ratos. Llegó a estar en el confesionario ¡hasta por 16 horas diarias! ¡En su último año de vida, se dice que llegaron a visitarle cien mil peregrinos! Estando en el confesionario, a veces sufría mareos y se le entumían las piernas. Sentía que se congelaba en el invierno y que se deshidrataba en el verano… pero nada detenía su celo por la salvación de las almas. Él quería que todos supieran que ¡Dios nos ama! Podemos decir que San Juan María, de modo heroico, ¡entregó su vida por amor, en el confesionario!

Muchas personas hicieron peregrinaciones a Ars, en vida de este santo … En esa época se hablaba de él, como nosotros hablábamos de su Santidad Juan Pablo II, el Padre Pío o la Madre Teresa de Calcuta, cuando todavía vivían. A él venían todo tipo de personas: obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes, enfermos…Todos ellos querían conocerlo…con algunos de ellos, Dios le dio el don de ver sus pecados, y, a muchos les llegó a decir los pecados que no confesaban…¡qué tranquilos y agradecidos se habrán sentido después de reconciliarse con Dios!

Y así vivió 45 años como cura de Ars. El secreto de San Juan María era “darlo todo y no conservar nada” … darlo todo por amor a Dios, su oración era:

"Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto cuanto yo sea capaz".

Ojalá que puedas recordar estas palabras para que tú también le puedas decir a Dios, “Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto como sea capaz”.

Imagínate, este hombre al que no aceptaban para ser sacerdote, fue declarado “patrono de los sacerdotes de Francia” en 1925… y en 1929, cuatro años más tarde, fue declarado «patrono de los sacerdotes del mundo» por el papa Pío XI …

A San Juan María, nunca lo dejaron salir de Ars y él obedeció. Pero ahora, Dios quiere que todo el mundo sepa de él; Dios quiere que imitemos sus virtudes y que nos sintamos inspirados por su ejemplo.

Por eso, de 2009 al 2010, el papa Benedicto XVI declaró el “Año Sacerdotal” y escogió a San Juan María como modelo a seguir para los sacerdotes de hoy.

Recuerda la vida de San Juan María Vianney y pide su intercesión cuando sientas que no puedes lograr lo que te piden en la escuela, en tu familia o en cualquier otra circunstancia.

¡No tengas duda de que Dios, también a ti, te dará la perseverancia que necesites!

San Juan María Vianney, ¡¡ruega por nosotros!!

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