La Vida de Madre Esperanza
La Madre Esperanza de Jesús Alhama Valera nació en Santomera (Murcia-España) el día 30 de Septiembre de 1893.
El 15 de Octubre de 1915 entró como religiosa en el convento de clausura de las “Hijas del Calvario” en Villena (España). Esta Congregación fue agregada al Instituto de las “Misioneras Claretianas” el año 1920.
En la Nochebuena de 1930 salió de este Instituto para fundar, en Madrid, la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso.
El 15 de Agosto del año 1951 fundó en Roma la Congregación de los Hijos del Amor Misericordioso.
Consagró y dedicó toda su vida al Señor y a la misión de darlo a conocer, a todas las personas, como un Padre y una tierna Madre.
Después de una vida entregada al servicio de Dios, de los sacerdotes y de los más necesitados, muere en Collevalenza (Italia) el día 8 de febrero del año 1983.
El 23 de Abril del año 2002, la Iglesia, después de reconocer sus virtudes heroicas, la declaró Venerable. El proceso de canonización sigue su curso.
El Despertar de una Vida
El perfume embriagador de la flor de azahar, en la huerta murciana, tal vez llenó el aire a destiempo aquel 30 de septiembre de 1893 en que vio la luz la pequeña Josefa Alhama Valera.
La primera de nueve hermanos, de familia muy pobre, nace en una barraca del Siscar, en el ayuntamiento de Santomera, Murcia (España). Fue bautizada en la iglesia parroquial dedicada a la Virgen del Rosario. Su padre, José Antonio, era jornalero del campo, con muy poco trabajo, en una tierra, unas veces agotada por el sol del Levante español y con escaso regadío en la época, y otras arrasada por catastróficas inundaciones que casi siempre cobraban alguna víctima humana.
Josefa crece vivaracha e inteligente, juguetona y traviesa como todos los niños. Una niña despierta, activa y dotada de una innata y extraordinaria piedad. Sus travesuras, las típicas, aunque alguna impregnada del suave aroma de la santidad, ya desde entonces. Entre los siete y los ocho años de edad la llevan a casa del párroco de Santomera y allí es educada por las dos hermanas del mismo, Inés y María.
Con nueve años, movida por el gran deseo de hacer la primera comunión que en la época se demoraba hasta los doce años, una mañana que celebraba la Misa un sacerdote de fuera, aprovecha la ocasión para “robar” a Jesús y empieza, con El, una relación de intimidad que durará toda la vida.
La búsqueda vocacional
En plena juventud va madurando en ella el deseo de dedicar toda su vida a su amigo Jesús y a la gente pobre y necesitada que ella bien conocía. Ansiosa de descubrir la voluntad de Dios sobre su vida, se acerca a los lugares del sufrimiento humano, pero el discernimiento no es fácil. Le hubiera gustado atender a los enfermos, pero en un Hospital, al sorprenderse del poco interés de la religiosa que la acompañaba ante un moribundo, esta le expresó: “Tranquila, que pronto se te endurecerá el corazón a ti también”, a lo que la buena Josefa replicó: “Antes de que se me endurezca el corazón prefiero marcharme”, y se fue.
A la edad de veintiún años se decide a dar el paso, estaba realizando el sueño de su vida: consagrarse a Dios en la vida religiosa. Salió el día 15 de octubre, fiesta de Santa Teresa de Ávila. “…salí de la casa paterna con la gran ilusión de ser santa, de parecerme un poco a Santa Teresa… que no le asustaba nada … Yo quería ser como ella y así salí de casa ese día, dejando a mi madre en el lecho del dolor sin esperanza de verla más.” (Exhor.15.10.65)
Entra en Villena (Alicante) en el último y pobre convento de las Hijas del Calvario, ya en vías de extinción. Es aquí donde recibe, al hacer su profesión religiosa, el nombre de Esperanza. Las Hijas del Calvario se fusionan, al poco tiempo, con el Instituto de las Misioneras Claretianas dedicado a la enseñanza. También Esperanza entra a formar parte de este Instituto, donde hace su profesión perpetua.
Aprendiendo a Amar
Estos primeros años de su vida religiosa están marcados por una serie de pruebas y sufrimientos físicos y morales por medio de los cuales el Buen Jesús, como ella le llamaba, va labrando su madera para prepararla a la misión que la espera. Aprende la ciencia del amor haciéndose disponible como una escoba, fijando la mirada en la Cruz de Jesús y saliendo al encuentro de los pobres.
Con asombro de unos y recelo de otros, iban viendo las personas que con ella convivían que Dios le concedía numerosas gracias extraordinarias. Sufrimientos físicos atroces se mezclaban con consolantes experiencias místicas. Ahora, a distancia de tiempo, vemos con claridad que Dios había puesto su mirada en esta su humilde esclava y se la reservaba para llevar a cabo un plan especial en beneficio de la humanidad. Iba a ser la depositaria de un carisma extraordinario: sería la encargada de difundir por el mundo la devoción del Amor Misericordioso.
Fueron sus directores espirituales, quienes, desde la privilegiada perspectiva de su alma abierta como un libro, pudieron vislumbrar su misión y la prepararon a conciencia. También como en la vida de la mayoría de los santos, se alternan en la madre Esperanza gravísimas enfermedades e inexplicables curaciones.
En la Navidad de 1927 acontece un episodio decisivo para entender lo que Dios quiere de ella. Forma parte de la comunidad ubicada en la Calle Toledo de Madrid. La casa no pertenece a la Congregación de las Claretianas sino a una Asociación de Señoras Católicas. Madre Esperanza prepara, con la ayuda de la Providencia, una comida para unos 400 pobres que, hambrientos, llenan la casa. En aquel momento llega una señora de la Asociación: “…me dice: ¿Quién le ha autorizado a usted para que meta aquí a esta gente a ensuciarlo todo? … No Señora, no han venido a ensuciarle nada sino a comer pues es Navidad… Se guardará usted de volver a traer aquí a los pobres; eso lo podrá hacer cuando la casa sea suya. Yo muy apenada acudí al Señor y Él me dijo: Esperanza, donde no pueden entrar los pobres no entres tú; ¡Fuera de esa casa!... Señor ¿a dónde voy?” (Exhort. 15.08.66)
Dios la llamaba, como a Santa Teresa, no a una vida tranquila y regalada o a una congregación cómoda y rutinaria, sino a una contemplación sublime y a una caridad solícita.
Las Esclavas y los Pobres
La noche de Navidad de 1930, en un minúsculo piso de la calle de Velázquez, en Madrid, con el apoyo económico de la condesa de Fuensalida, y la asistencia espiritual del sacerdote Esteban Ecay, Madre Esperanza de Jesús puede emitir sus votos con unas pocas Hermanas que la han seguido en la naciente Congregación de Esclavas del Amor Misericordioso. Pobres como Jesús en Belén, comen sopa de berzas, duermen en el suelo, apoyando la cabeza en el único colchón que tienen … y desbordan alegría y entusiasmo.
Los niños serán los primeros beneficiarios y también los pobres, los ancianos y los sacerdotes. Y sin embargo, la incomprensión, la oposición y la persecución seguirán acechando. Seguirá el rosario de pruebas que marcan la especial presencia de Dios en las almas realmente grandes. El Obispo de Madrid, niega su bendición y aprobación y ordena y manda que nadie la ayude y colabore con ella. No teniendo permiso para tener el Santísimo en la capilla, durante 30 años, niñas y religiosas desfilaban cada mañana hasta la parroquia más próxima.
Con gran espíritu creativo y una incansable actividad, ayudada por la Providencia y por las mediaciones humanas, entre las que cabe destacar a su gran benefactora y amiga del alma Mª Pilar de Arratia, abre en poco tiempo en España 12 casas para niños pobres y necesitados, para ancianos y para enfermos que son atendidos incluso a domicilio. Se trata de las comunidades de Madrid, Alfaro, Bilbao, Larrondo, Colloto, Hecho, Ochandiano, Menagarai, Santurce, Sestao, San Sebastián y Villava.
Madre Esperanza dice que en la puerta de todas estas casas se debería poder leer: “Llamad los pobres que se os socorrerá, llamad los afligidos que se os consolará, llamad los enfermos que se os asistirá, llamad los huérfanos y en las Esclavas del Amor Misericordioso hallaréis madres” (Circular 06.07.41)
Las Terribles Guerras
La actividad continua, aún más intensa, cuando en 1936 se desencadena la guerra civil en España con todos los dramas que trae consigo. En esa época hace su primer viaje a Roma, acompañada de la fidelísima Pilar de Arratia, para dar comienzo, también allí, a un trabajo generoso entre los pobres de la periferia romana, en la via Casilina.
Desde allí tiene que defenderse ante el Santo Oficio de acusaciones y difamaciones sobre su persona y sobre la Congregación recién nacida. Pilar es un ángel defensor, su confidente y su mejor apoyo en este momento entre los más duros de su vida.
Estando en Roma, estalla la segunda guerra mundial, entre las bombas y las amenazas de los alemanes, con las Hermanas acoge niños, esconde prófugos sin miramientos ideológicos, cura los heridos de los bombardeos, da de comer a millares de obreros y necesitados en mesas improvisadas, consuela a todos.
La actividad caritativa en Roma adquirió cotas difícilmente creíbles. Otra vez comida milagrosa en cantidades industriales para los pobres, la gente que acude a millares a escudarse con el cuerpo de la Madre cuando la alarma amenaza bombardeos y esta mujer española que saca aguja e hilo y un cubo de agua limpia y lava vísceras, cose heridas, recompone cuerpos mutilados, promete con energía supervivencia y recuperación.
En agosto de 1944 muere Pilar, dejando un vacío enorme en su vida. Una vez superado este duro momento, reanuda las actividades, los viajes, las nuevas iniciativas. La posguerra es dura, tanto en Italia como en España; muchas son las heridas por curar y ella trabaja, anima, y organiza con un ritmo incansable. Para el Año Santo de 1950 está ultimada la casa generalicia de Roma para acoger a los peregrinos del mismo año y de los sucesivos. Van naciendo una tras otra, nuevas fundaciones en Italia: Todi, Gubbio, Pavia, Genova, Vazzola, Borsea, Francenigo, Perugia, Rieti, Colfosco, Fratta Todina.
Los Hijos y el Santuario
El 24 de febrero de 1951 anota de nuevo: “El Buen Jesús me ha dicho… que ha llegado el momento de realizar la fundación de la Congregación de los Hijos de sus Amor Misericordioso, y que el primero de estos será Alfredo di Penta” Tras el consabido susto del principio, Alfredo aceptó con ilusión los planes del Señor. A edad avanzada tuvo que ir a estudiar al seminario de Viterbo, y a pesar de que no fue fácil unos años más tarde el Santuario de Collevalenza albergó su primera Misa cantada.
El 15 de agosto de 1951 en la capilla de las Hermanas en Roma hacían sus primeros votos los primeros tres Hijos del Amor Misericordioso. Y tres días después, el 18 de agosto, se establece con ellos y algunas Hermanas en Collevalenza, un pueblecito de la Umbria italiana.
El bagaje, el de siempre: mucha fe, una enorme ilusión y la firme disposición de seguir las indicaciones del Señor hasta el fin del mundo si fuera preciso. Cuántas veces le habrá preguntado al Señor: “¿Por qué me has traído hasta aquí?” Hoy está todo claro.
Era un pueblo que no llegaba a los mil habitantes, la mayoría diseminados en caseríos, famoso en la comarca por un bosquecillo de robles "Roccolo", donde los cazadores se hartaban de coger pájaros con sus redes. Ahí le dio Jesús la primera explicación: “Esperanza, transformaremos este “roccolo” en lugar de captación de almas. Llegarán a venir a bandadas, más numerosas que estos pajarillos. Aquí tienen que aprender a conocerme mejor”.
Una sola Familia
La nueva Congregación de los Hijos tiene como fin principal la unión con los sacerdotes del clero diocesano, para salir al encuentro, juntamente con ellos, de todas las pobrezas de los hombres, con un corazón misericordioso. Se van extendiendo por todo el mundo junto a las Esclavas de Amor Misericordioso. En el corazón de la Madre Esperanza las dos Congregaciones de las EAM y los FAM constituyen una sola Familia, estructurada en seis ramas que quieren abrazar todos los campos en los que se puede manifestar la misericordia del Señor. “Estas dos Congregaciones son una misma cosa, con el mismo titular, el ejercicio de la caridad sin límites e hijos de la misma Madre” (Costumbres FAM, II, Cap. 15).
“Vivid, hijos míos, siempre unidos como una fuerte piña, unidos siempre para santificaros, para dar gloria al Señor y para hacer el bien a cuantos con vosotros traten” (Exhort.).
El Crucifijo
Expresión plástica, fiel retrato y compendio teológico del Amor Misericordioso es el bellísimo crucifijo que se venera en el Santuario de Collevalenza. Está su origen envuelto en un bonito misterio. El judío que la madre presentó para que posase…, demasiado parecido a Jesús. Coullaut Valera puede estar orgulloso con su obra. Estuvo algunos años en la capilla del colegio de Larrondo en tierras bilbaínas. Ahora es el eje, corazón y centro del santuario de Collevalenza. Es eso, el Amor Misericordioso, precisamente.
Un Jesús vivo, en postura erecta y digna, con los ojos cargados de serenidad y cariño mirando al Padrepara recordarle su oblación voluntaria y eficaz: “ Padre, no se lo tengas en cuenta; que no saben lo que hacen”. Están cuidados hasta los últimos detalles: el letrero trilingüe, la rozadura de la soga en el cuello, cada gota de sangre. La palabra latina “Charitas” en el corazón lo suficientemente elocuente, como la corona que recuerda su realeza connatural. Una gran Hostia blanca en el dorso nos está recordando que el sacrificio de Jesús se perpetua en la Eucaristía y el titulo en castellano lo resume todo: “El Amor Misericordioso”.
Con los brazos abiertos
Collevalenza es el lugar donde Madre Esperanza transcurre los últimos treinta años de su vida, alternando, en los primeros tiempos, los trabajos del Santuario y edificios anexos, con frecuentes viajes a las comunidades que van creciendo. En este momento cumbre de su vida dice de sí misma que se siente como una flauta que difunde la melodía de la misericordia, como un paño de lágrimas, o como la portera del Buen Dios que abre los brazos a todos para acercarlos a su corazón de Padre.
Nunca quería ser la protagonista. Siempre se consideraba un mero instrumento del Señor, y jamás se atribuía las maravillas que por su medio Dios operaba. Era Jesús el autor, el protagonista de Collevalenza; ella un simple instrumento en las manos de la Providencia.
Siempre con los brazos abiertos para acoger a tantas personas que llegaban para encontrase con el Amor Misericordioso y la Madre como buena portera atendía uno por uno. La afluencia de gente no hacía más que crecer hasta que se tuvo que poner un orden a la avalancha de fieles, establecer reservas, encargar a una religiosa el orden y el despacho de la correspondencia.
La Madre Esperanza te recibía con la nobleza de una hidalga española- escribe un italiano- siempre de pie, apoyada un poco con una mano al borde de la mesa, ya que la salud no colaboraba; te escuchaba atentamente, te miraba con aquella mirada suya penetrante, te levantaba el ánimo, te encomendaba rezar al Amor Misericordioso, prometiendo hacer ella lo mismo. Y lo hacía. A veces gran parte de la noche la dedicaba a orar ante el crucifijo por cada uno de los que habían pasado ese día a hablar con ella.
Un peregrino herido
El 22 de Noviembre de 1981, el papa Juan Pablo II hace su primera salida del Vaticano después del sangriento atentado del 13 de Mayo del mismo año en la Plaza de San Pedro, y va, como peregrino aún convaleciente, para dar gracias al Amor Misericordioso. El Papa dijo: “Hemos venido en visita a este santuario porque a la misericordia de Dios somos deudores de nuestra salud”.
Conocía a la Madre desde que había sido Obispo de Cracovia, y había ido dos veces a verla y hablar con ella. La encontró de nuevo, pero esta vez en una silla de ruedas. Se acercó a ella, se inclinó y le depositó un beso en la frente.
Ni que se hubiera concebido para traérsela en homenaje. Ese mismo año el papa había promulgado la encíclica "Dives in Misericordia", que recogía, analizaba, estudiaba y proclamaba al mundo que Dios es rico en misericordia, un Padre bueno, el Amor Misericordioso, lo que la Madre había vivido y anunciado durante toda su vida. El Papa dijo en Collevalenza: “Este año publiqué la encíclica Dives in Misericordia. Esta circunstancia me ha hecho venir hoy al Santuario del Amor Misericordioso. Con esta presencia quiero reafirmar, en cierto modo, el mensaje de esta encíclica… Desde el comienzo de mi ministerio en la sede de San Pedro en Roma, he considerado este mensaje como mi tarea particular”.